Cuando tenemos un hijo, volcamos en él todas nuestras ilusiones.
Normalmente, nos hacemos una idea de cómo va a ser, guapo (eso lo son siempre), listo, trabajador, responsable, gracioso, ocurrente…pero a lo largo de la evolución de nuestros niños, nos vamos dando cuenta que hay características que no son precisamente lo que nosotros querríamos que fuesen.
Nos vamos encontrando a una personita que tiene gustos propios, pero no sólo eso, sino que pueden llegar a ser contrarios a los nuestros.
En otras ocasiones, no son lo listos que habíamos esperado.
Ayer me encontré a una madre en esta situación. Su niño, con un retraso mental leve, vivía en un contínuo refuerzo de las diferentes áreas de su vida. Clases particulares, logopeda, natación…y ahora psicóloga…porque tenía arranques de genio donde empujaba y decía palabrotas.
Pero el momento en el que yo me dí cuenta de qué pasaba posiblemente es cuando esta madre dijo que no aguantaba a su hijo.
Ella estaba intentando minimizar ese retraso de su hijo, y me parece una actitud muy adecuada y necesaria, pero a la vez que lo quería ayudar, no aceptaba esta diferencia que marcaba a su niño. No tenían ni un minuto de tranquilidad, todo eran obligaciones y exigencias, ella decía que su pequeño siempre estaba sonriendo, pero yo estoy segura que este niño no era feliz. No se sentía aceptado y por consiguiente, tampoco se aceptaba él mismo, de ahí esos accesos de ira. No podían ser otra cosa que sentimientos de frustración, de sentirse torpe, cansado de trabajar el triple de los otros y aún así ir el último, sin ser reconocido en nada. Su autoestima debe estar por los suelos.
No es la primera ni la última madre que me encuentro en estas circunstancias, y no tiene por qué ser siempre referido a la capacidad intelectual, hay veces que no aceptamos que nuestros niños no sean como nosotros habíamos soñado pero eso no quiere decir que sean mejores ni peores, simplemente, que no se corresponden con nuestras expectativas previas y esta no aceptación provoca efectos negativos en nuestros niños y en el vínculo que creamos con ellos.
Vamos a querer a nuestros hijos tal y como son, de la misma manera que pretendemos que los demás nos quieran tal y como somos nosotros. No es tan complicado.