Algunas veces me encuentro, sobre todo niñas, que viven disfrazadas de princesitas cada día de su vida. Sus habitaciones están llenas de juguetes y sus camas tienen dosel. Sus vidas son un contínuo cuento de hadas.
Por otro lado, recuerdo a un compañero de facultad que nos contaba que su padre siempre les explicaba la mentira que era Los Reyes Magos, Papá Noel, El Ratoncito Pérez…
Considero, que tanto una postura como la otra, por extremistas, no son buenas.
Los niños son niños y viven por ellos mismos en un mundo de fantasía pero es bueno que los padres los bajemos a la realidad con determinada frecuencia, para que, poco a poco, se vayan adaptando a ella y no caigan sin paracaídas cuando vayan creciendo y la fantasía ya no les resulte efectiva.
En el otro extremo, hacer que los niños vivan en una realidad pura y dura va contra natura. La fantasía y los sueños de los niños son su forma de entender la realidad, de adaptarse a ella y de asumirla. Es una herramienta que necesitamos cuando somos pequeños.
Encontrar el punto medio entre una postura y la otra es la difícil tareas de los padres, que como en otras áreas, tendremos que individualizar y ser los adultos los que nos adaptemos a los niños y a sus peculiaridades.
Pero insisto, ni vivir en un contínuo mundo de fantasía ni de realidad puede ser sano psicológicamente.