«…Entonces, cuando me cogió el teléfono le dije que qué hacía ahí todavía, que se arreglara y se fuera para el instituto que ya iba a llegar tarde…»
Este es un fragmento de la conversación que escuché ayer de una mujer a otra al ir por la calle.
Y es que hay muchas familias que cuando salen por las mañanas de sus casas para trabajar, dejan atrás a sus hijos que deben arreglarselas solos para ir al colegio.
De la misma forma, también hay muchos niños que cuando vuelven del colegio, sus padres están aún trabajando y pasan solos las tardes hasta que llegan del trabajo.
A estos niños son a los que se les llama, los niños-llave, víctimas de la falta de conciliación de horarios, pero también víctimas de la culpa que sienten los padres por no poder estar ahí con más frecuencia.
Y digo culpa, porque los padres y madres, cuando sí están no ejercen su rol con la firmeza y naturalidad que deben, ya que «para una vez que estoy, no le voy a reñir»…
Estos niños se acostumbran a llegar a una casa vacía, en la que nadie dirige sus acciones, supervisa sus actividades, sus horarios, si meriendan o si no, si hacen sus deberes o si no, si llegan a casa con una cara o con otra y la falta de responsabilidad y de motivación puede aparecer en estos niños.
Son madres y padres que hacen lo que pueden, están al cuidado de sus hijos a través de un hilo telefónico, pero esto es insuficiente para la educación integral de un niño.
Nuestros hijos necesitan presencia, límites, cariño, orden, dirección y si falta algún ingrediente, la educación se hace más cuesta arriba.
Hay situaciones que son las que son y es muy complicado cambiarlas, pero si algunos de los que leeis esto, os sentís identificados, no caigais en el error de no educar cuando tengais la más mínima oportunidad. Tened claro que es mejor calidad que cantidad, pero en vuestro caso, esa calidad debe ser superior.