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No hay dos pacientes iguales. No hay dos diagnósticos iguales.

Sonia Esquinas. Psicóloga Sanitaria

Formación Cualificada

Psicología sanitaria

Trayectoria consolidada

+ de 25 años de Experiencia

Hoy he estado con una madre que lo está pasando realmente mal.

Tras haber superado una grave enfermedad de su tercer hijo (tiene 4), le ha quedado un miedo espantoso a que le ocurra algo a alguno de ellos, por lo que vive en un contínuo estado de alerta ante cualquier queja somática, por pequeña que sea.

Al tener tantos niños, se pasa media vida en los médicos, cuando no es para uno es para otro, entre pruebas, análisis y citas.

Los niños están aprendiendo a que «sentirse algo» es malo y el nivel general de hipocondria en esa casa está ya demasiado alto.

Ella, muy consciente de que su hijo pequeño no se está desarrollando de la manera adecuada porque no le deja «ni que respire», no se vaya a caer, sabe que está siendo la responsable de que su familia está empezando a ser disfuncional.

Aún así, entra en consulta advirtiendo que no quiere ir al psiquiatra, que no quiere pastillas porque tiene muchas obligaciones y no se puede quedar «atontada» con la medicación.

Tras explicarme todo el proceso de enfermedad por el que tuvo que pasar, he logrado que comprenda que su nivel de ansiedad es tan alto que, sin querer, está lastimando a sus hijos y que su negativa a tratarse no tiene base lógica ninguna.

Y es que, cuando los padres o madres estamos mal, los niños, generalmente, están mal. Los niños perciben (que es darse cuenta, pero de manera inconsciente) nuestros estados de ánimos, además de que imitan nuestras conductas. Si para los niños somos los espejos en que se miran y donde se refugian, en el momento que notan que nosotros también nos sentimos perdidos, a ellos se les abre un abismo bajo sus pies, porque conciben el mundo con esa inseguridad y ese miedo con el que nosotros lo estamos viviendo.

Por eso, en el momento que nos damos cuenta que no nos encontramos bien y que nuestro estado de ánimo y nuestro humor se nos va de las manos, debemos pedir ayuda. No es malo, vamos a dejarnos de prejuicios. Podemos no hacerlo por nosotros, pero debemos hacerlo por ellos.

Ya sea a través de una terapia psicológica o a través de los fármacos (yo no soy muy partidaria de ellos si se puede afrontar el trastorno desde el ámbito psicológico exclusivamente), debemos poner remedio a algo que puede estar influyendo indirectamente a nuestros hijos, como nos puede ocurrir en cualquier otro aspecto de nuestra vida.

Es tan solo cuestión de prioridades y de tener las ideas claras. Yo, al igual que a esta madre, os animo a ello y sé que no os arrepentireis.

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